Si he estado de ocioso en la red y me encontre con esto en you tube fue genial espero les guste.
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jueves, 16 de julio de 2009
martes, 7 de julio de 2009
Michael Jackson
Cuando escucho el nombre Michael Jackson pienso en estrellas deslumbrantes y brillantes, lasers y emociones profundas. Adoro a Michael Jackson. Creo que es una de las más grandes y grandiosas estrellas de todo el mundo, y eso tan sólo sucede porque él es uno de los más dotados fabricantes de música que el mundo haya conocido.
Lo que hace a Michael más único es el hecho de que todos sus logros, sus recompensas, no han alterado su preocupación por el bienestar de otros o su intensivo cuidado y amor por su familia y amigos, y especialmente por los niños de todo el mundo.
Creo que Michael es como un papel tornasol. Siempre está tratando de aprender. Es tan inteligente que es alarmantemente brillante. Es también muy curioso y busca inspirarse de gente que ha sobrevivido, gente que ha prevalecido. No es realmente de este planeta. Está lleno de emociones profundas que crean una inocencia sobrenatural, especial, casi de niño. Creo que Michael ve al niño en todos nosotros, y creo que tiene la calidad de inocencia que nosotros quisiéramos obtener o mantener.
Tiene uno de los ingenios más agudos que he conocido, es inteligente y astuto (una palabra extraña para usarla en él porque implica tortuosidad y es una de las personas más escrupulosas que haya conocido en mi vida). Es honradez personificada –terriblemente honesto- y vulnerable al punto del dolor. Es tan dado de sí mismo que a veces deja muy poco para proteger ese hermoso núcleo interior que es su esencia. Eso es lo que amo y hace al mundo identificarse con él
Michael es, en verdad, el artista internacional favorito de todas las edades, una increíble fuerza de increíble energía. En el arte de la música marca el ritmo. Con calidad de producción, en la vanguardia de altos estándares de entretenimiento ¿Qué es un genio? ¿Qué es una leyenda viviente? ¿Qué es una megaestrella? Michael es todo. Y sólo cuando lo piensas, lo conoces, él te da más.
Creo que es una de las personas más sutiles con éxito de este planeta. Y, en mi estimación, es el verdadero rey del pop, rock y soul.
jueves, 2 de julio de 2009
La piel del mundo
Una pregunta ronda toda la poesía de José Emilio Pacheco. ¿Qué tierra es ésta? El paisajista nombra las muchas superficies de la desolación mexicana: costras, cicatrices, surcos de aridez, polvo y ceniza. Debajo del suelo de México, un lago muerto.
Piedra en el polvo:
donde estuvo el río
queda su lecho seco
Nuestra superficie no es el maíz: es suelo estéril que apenas recubre las aguas podridas. Se retrata en su poesía una pesadumbre frágil, vulnerable. Prevalece la materia mineral, volcánica, pétrea. Falta aire. El agua está presente pero no como un abismo líquido sino como una alfombra ondulada: fluctuante gestación de sales y espumas. Rocas, volcanes, murallas, cascajo, desiertos, montañas, ciudades. Todo el imponente tonelaje de la materia resulta deleznable. No hay metal que sobreviva la terca descarga de los siglos. La soberbia del muro vertical será humillada tarde o temprano. Arquitectos y estadistas edifican con ceniza. Por eso no hay contrato de equilibrio que valga. Las piedras no tienen palabra. Los huesos tampoco. La ruina es el trofeo de la historia, la orgullosa conquista del tiempo. Nos rodean devastaciones.
La honda tierra es
la suma de los muertos.
Carne unánime de las generaciones consumidas.
Pisamos huesos,
sangre seca, restos,
invisibles heridas.
El polvo
que nos mancha la cara
es el vestigio
de un incesante crimen.
“Vivir es ir muriendo,” dice Pacheco. La muerte conspira desde dentro o desde abajo. Es el parásito silencioso que crece en la panza de un niño; el terremoto que convierte el suelo en abismo. El lamento del moralista se detiene en la precariedad de nuestras envolturas. El encantamiento de las superficies es visible en la poética de José Emilio Pacheco. Su mirada no es de taladro: es de uña. El poeta rasga metales, cortezas, pavimentos y cristales para registrar sus desventuras metafísicas. Mira la tierra y contempla el “obstinado roer” que devora el mundo. Piso, casa y piel nos desertan. Toda cubierta es corroída por un adversario implacable: el rostro se arruga; los muros se agrietan, el hierro se oxida, los cristales se llenan de vaho, las paredes de moho. Vivimos en vasijas defectuosas. Tendría razón Valéry cuando dijo que lo más profundo era la piel. Alcanzando esa sabiduría que los diccionarios ignoran, José Emilio Pacheco nombra nuestra honda miseria epidérmica.
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